Hay gente nuestra que todavía cree que debemos y podemos obligar al enemigo a ser pulcro y limpio. En una guerra sangrienta, dura e implacable como la que nos hemos declarado los que queremos cambiar el puto mundo y los que quieren mantenerlo como está (pero sin comunistas ni contestones), hay quienes se sonrojan porque alguien eructa en la mesa. Y como siempre, el fondo del asunto queda debidamente escondido. Nos gusta hablar de la muerte en abstracto, como si esa bicha no estuviera aquí cerca y aquí arriba: en el explotador que tritura y destruye seres humanos pobres, y en el ser humano pobre que reacciona ante la injusticia con violencia criminal. Las cárceles están llenas de estos últimos; ¿cuándo veremos presos a los ricos generadores de toda la miseria y de toda la violencia en el mundo?
Sobre El Nacional, creo que procede más denunciarlo por lo que ha ocultado que por lo que ha publicado. En 1989, cuando el Sacudón devino masacre colectiva, los fotógrafos de planta se echaron a la calle a tomar gráficas de la represión y la brutalidad, y la directiva decidió no publicar esas fotografías. Lo hizo después en un libro, lo cual resultó mejor negocio: los pobres les servimos a los ejemplares de clase media para estremecerles el morbo y para que vendan sus “productos editoriales”. Y esto sí toca el tema de fondo: el disfrazamiento de tácticas de mercadeo bajo el aspecto de “defensa de la libertad de expresión”.
Nada le conviene más a los dueños de un periódico que un escándalo que lo haga vender, mostrarse, ser ellos mismos la noticia del día. La gente que trabaja en El Nacional (pasquín hecho por periodistas y editores de clase media para consumo de lectores de clases alta y media) siempre despreció a la gente que hace, lee y trabaja en diarios como 2001 y El Nuevo País, entre otras cosas por sus “procedimientos” para vender periódicos. El diario 2001 publicó en 1998 una fotografía del cadáver del mayor Ocando Paz, asesinado en La Planta por otros reclusos. La foto mostraba un close up del rostro del militar, con los ojos sacados a chuzo. José Campos Suárez me dijo en aquella ocasión: “Si el fotógrafo no me hubiera traído esa gráfica lo hubiera botado del periódico”. Me consta, porque también estuve ahí (no me lo contaron) la reacción de asco de la sifrinada en El Nacional, que bajo ningún respecto entendía, toleraba o admitía el que se vendieran periódicos a costa de imágenes macabras.
Por cierto: una compa argentina, habitante de Catia, el día de la foto del escándalo se tomó la molestia de preguntar en un par de quioscos qué tal las ventas de El Nacional. ¿Saben cuál fue la respuesta? Adivinaron: ese día los distribuidores dejaron el doble de periódicos en los puestos de ventas, porque en la empresa SABÍAN que ese día el periódico se iba a vender más. Y no es ningún descubrimiento, porque todo el mundo sabe que la muerte vende más y a todo el mundo le fascinan de manera morbosa las historias y situaciones en que alguien pierde la vida. Algo al respecto, en el prólogo de una compilación de mis crónicas de sucesos, Guerra Nuestra (lea en la columna derecha de este blog el texto titulado “Sobre estas crónicas”. Es un texto de 1999).
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Unos pocos años transcurren. A Israel Márquez, director del diario 2001, lo asesinaron a tiros el primero de marzo en Caracas. El Nacional, cuya directiva se ha cagado olímpicamente en el dolor de los familiares de esas personas cuyos cadáveres aparecieron en su primera página; y 2001, cuya tradición de mostrar cadáveres y regodearse en el detalle sangriento de las noticias de sucesos es memorable, no publicaron fotografías del cadáver de Israel Márquez. ¿Es noticia digna de ser mostrada la foto de los cadáveres de venezolanos anónimos, pero no la del director de un diario de circulación nacional?
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El problema para el chavismo en funciones de gobierno, con este tipo de temas, es que siente que debe tomar decisiones acerca de si permitir que se muestre lo que ocurre, o se reprima el acto de mostrar. Del lado del antichavismo hay un metadiscurso muy efectivo consistente en culpar al Gobierno de todo cuanto ocurre o deja de ocurrir. Nuestra disyuntiva contiene también nuestra misión: explicarle a nuestra gente, y que suene convincente, que quienes combatimos el capitalismo lo hacemos precisamente porque sabemos que ese sistema es el que produce miseria, pobreza y violencia criminal. ¿Cómo explicar que el arma con que el delincuente mató a tu hijo fue fabricada por unos sujetos que tienen mucho dinero, vendida por otros sujetos con mucho dinero, revendida por un sistema corrupto que no hemos logrado derrotar porque en la sociedad pulula mucho interesado en defender la “libre empresa” y el derecho a esclavizar pobres? ¿Cómo decirle a nuestra gente que mientras vivamos en capitalismo la máquina de destruir seres humanos no se detendrá? ¿Cómo explicarles a los nuestros que la guerra de los dueños de El Nacional contra Chávez tiene su origen en la necesidad de darle aire al sistema de privilegios que enriquece a unos pocos mientras la mayoría es explotada, segregada y vejada y finalmente muere asesinada? ¿Conviene decir estas verdades o no es conveniente hacerlo, o no es atractivo ni tiene gancho, y menos en tiempo de elecciones?
Volvemos al tema “inseguridad”. Si a ti te bombardean 24 horas al día con la advertencia: “Si sales a la calle te van a matar, te van a secuestrar, te van a robar, te van a violar”, y de pronto aparece un encuestador y te pregunta: “¿Cuál es tu mayor preocupación?”, pues ni modo: los medios te han convertido en un sujeto in-se-gu-ro. Los medios te han saturado de una información según la cual en Venezuela es imposible sobrevivir.
Primera conclusión: según la derecha antichavista (y casi todo el mundo en este país, según parece) el problema no es el crimen violento o la violencia criminal, sino LA INSEGURIDAD: el efecto o sensación colectiva que el crimen provoca en los ciudadanos, y que los medios se encargan de potenciar cuando les da la gana. Segunda conclusión: por lo anterior, los culpables de la inseguridad son los medios.
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Pero no, no es semántico el fondo del asunto. Quien quiera explorar esto de la violencia criminal debe fijarse en todas sus manifestaciones, y no sólo en la clasista, racistoide, elitesca, sifrina y coñoemadre visión de la delincuencia según la cual sólo los pobres somos violentos y aspirantes a malandros y criminales. En la bucólica Caracas suceden cosas que no son mostradas en toda su morbosidad por la “gran” prensa, entre otras cosas porque la “gran” prensa la hacen gentes de la misma extracción social que los delincuentes, en este tipo de casos: un señor taxista (Pastor Aranguren) pasaba por Las Mercedes en su viejo carro y un niño exaltado (un maldito sifrino hijo de la gran puta, apoyado en todas sus “excentricidades” por su papá millonario) le golpeó el carro para que se apurara al pasar. El taxista se bajó para reclamar pero ni siquiera de eso tuvo tiempo, porque otro niño exaltado le cayó por detrás y lo mató de dos tiros. ¿Por qué la prensa no está llena de los crímenes de los niños lindos que van a discotequear en Las Mercedes? ¿Por qué no se escribe ni una coma sobre la cantidad de muertos y mutilados de los jueves en la noche, cuando los niños lindos del este salen con sus naves envenenadas a echar piques por la autopista? ¿Por qué la única vez que esta frívola y pueril pero mortal diversión de los cachorros de millonarios fue noticia fue cuando mataron al deportista Rafael Vidal?
No, mejor respóndanme una sola pregunta: ¿por qué cuando hablamos de crímenes enseguida hablamos del cerro y de los barrios pobres?
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A la clase media, a quienes hacen sus periódicos, emisoras y televisoras, no les importan la suerte, el drama, la tragedia del pueblo pobre. De vez en cuando se asoman a nuestra desgracia y se aplican a gritar y a denunciar sólo con objetivos específicos: cuando les servimos de fuente de noticia, cuando nuestra sangre les sirve para maniobrar políticamente, cuando fundan ONG’s que cobrarán en dólares presuntas investigaciones para ayudarnos. Yo hubiera querido estar ahí cuando CNN convocó a Izarra para que opinara sobre lo que decían un Briceño León y un Pablo Elisio Guzmán, porque yo también tengo algo de qué reírme: me cago de la risa al ver a una cadena como CNN apoyando su parecer sobre Venezuela en la opinión de un maldito jefe de asesinos (¿o no fue jefe de la PTJ el Guzmán? ¿No cometieron crímenes sus corruptos subalternos durante su gestión? ¿O es que las policías sólo cometen crímenes cuando tienen jefes chavistas?) y en un viejo burgués, el Briceño, que nunca en la puta vida ha pisado un barrio? ¿No les provoca una risa amarga el saber que el único asesino que ese viejo idiota, dueño de un “laboratorio de ciencias sociales” (como si los seres humanos fuéramos ratas que él puede estudiar encerrado en una oficina en Los Chaguaramos) ha tenido cerca es el bicho que tenía al lado en el show ese de CNN?
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Ya vendrá un estúpido a decir que según mi opinión no hay delincuentes pobres. Ya voy tres pasos más allá: en vista de que creo que el problema es la violencia criminal y no la inseguridad, reseño los casos que conozco en que las comunidades pobres, al menos sectorialmente, han reducido la delincuencia a cero. Son al menos dos en el 23 de Enero y una en Las Casitas de La Vega. En estas comunidades han logrado reducir a cero el crimen. Cierto que por poco tiempo, pero eso tiene una razón: han sido experimentos germinales, no estructurales. Pero han tenido éxito.
En el bloque 16 del Veintitrés estuve hace años en una asamblea, en la cual la gente formulaba ideas y claves de esta conmovedora altura: los delincuentes tienen una madre o un padre, o un amigo no delincuente, o un entorno íntimo, o unos vecinos. Esas personas son las que es preciso convocar para que controlen o modifiquen el accionar de ese delincuente; la policía viene a reprimir y ya quedó claro que eso no soluciona sino que agrava el problema. ¿Qué tal probar con la justicia comunal, el control comunal de los factores de violencia?
Eso se llama gestión social de la violencia: el proceso colectivo mediante el cual las comunidades buscan y encuentran fórmulas para derrotar lo que el Estado no puede ya combatir mediante procedimientos tradicionales. La policía ha demostrado ser un error histórico, porque su misión es mantenernos a raya, presos o muertos a los pobres, para tranquilidad de la “gente de bien” (las clases medias y altas). La misión de nosotros, zambullidos o por zambullirnos en una etapa que han llamado Democracia Participativa y Protagónica, es participar protagónicamente. Pero todavía nos doblega el miedo a la democracia, el miedo al pueblo, el miedo a nosotros: nos produce terror imaginarnos sin policía ni Estado, nos dan miedo los linchamientos. Y ¿qué será peor? ¿Que una comunidad linche al que ya se sabe que seguirá atentando contra la población, o lo que tenemos hoy? Lo que tenemos hoy son cárceles, policías, abogados y tribunales. No hacen falta calificativos: ese sistema que existe hoy supera cualquier película de terror. El viaje patrulla policial-tribunales-cárcel es peor que cualquier escena de linchamiento. Es la combinación Estado-corporaciones mostrando lo peor de lo que es capaz.
Afortunadamente, y sin que nos demos cuenta (porque se trata de un proceso lento, de generaciones) vamos en busca de esa situación ideal en que el pueblo gobernará al pueblo. Nos falta, pero para allá vamos.
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